PASEANDO POR BOQUETE (PANAMÁ)

Aunque madrugamos, los tropicales días pasan deprisa… desayunamos y nos ponemos en marcha. Queríamos hacer algún trail de los sencillos que ofrece la zona y asomarnos a ver como estaba el acceso para llegar, al menos, al Centro de Visitantes del Volcán Barú.
Donde acaba el pueblo continúa una pista que sube a Bajo Mono y Alto Quiel , pasa junto a unas cascadas, junto a zonas de humedales, verdes cultivos, …a ratos la vista del Barú, cada vez más cerca, aparece y desaparece detrás de un espeso manto de nubes.

Encontramos una caseta y el comienzo de un sendero. Tras pagar una pequeña entrada y charlar con el guardaparque, al que le gusta que los turistas le muestren en su mapa de donde vienen…nos preparamos y nos ponemos en marcha para hacer el sendero de Los Quetzales.
El dosel del bosque tropical de montaña lo cubre todo, mis queridos helechos arbóreos no tardan en aparecer y de inmediato me teletransporto de nuevo al Jurásico, …los sonidos, la magia de la luz filtrada, la sobredosis de verde que aporta ese halo fosforito… el murmullo del agua…la temperatura perfecta…

Cruzamos algún puente, ríos y arroyos, y poco a poco el cómodo sendero desaparece, se diluye entre piedras, suelo marrón y hojarasca, se estrecha, se tupe, se bloquea…se pierde…y surgen las dudas de si vamos por el camino correcto. Aquí no hay tanta señalización, ni pasarelas, ni escalones como en Costa Rica, y además, según nos contó el guarda, había daños causados por unas fuertes lluvias y había trabajos de mantenimiento. Hacía falta un machete para seguir y nuestro espíritu aventurero y nuestro sentido común decidieron que era mejor sentarnos en un tronco-banco que encontramos por el camino y disfrutar del viaje al Jurásico. Volvemos a pelearnos con las luces y sombras que complican sacar fotos decentes que hagan justicia al bello rincón, somos incapaces de retratar con justicia la impresionante botánica que nos engullía.

Sin prisas, retrocedemos sobre nuestros pasos, …se cruza una serpiente, revolotean mariposas, vemos aves que no identificamos,…pero no mucha más fauna, y por supuestísimo nada del famoso quetzal que requiere de mucha suerte, mucha habilidad o de un buen guía, al parecer la población no es numerosa y puede no resultar fácil encontrarlos.

Volvemos al coche, deshacemos de nuevo parte de la pista parando a hacer algunas fotos y nos acercamos a las nubladas faldas del volcán Barú. Según lo que habíamos leído cuando preparábamos el viaje se podía subir casi a la cima en coche por una carretera en mal estado, o bien subir hasta el centro de interpretación en coche y hacer el trail hasta la cima, según autores ronda las 13-15h, siete largas para subir y otras siete largas para bajar. Implica una logística un poco contrarreloj en la que hay que tener muy en cuenta las horas de luz, puede hacerse con guía o por libre…pero no es un trail para improvisarlo. Sabíamos que hay otro acceso desde Cerro Punta pero al parecer era aún más complicado.

Cuando llegamos… nuestro gozo en un pozo…la carretera no estaba en mal estado, estaba en muy muy mal estado, en pésimo estado,… quizás se debía también a las mismas fuertes lluvias que nos comentó el guarda, no lo se. Además del mal estado, la fuerte pendiente era también un problema, nuestro Jimmy ya nos había demostrado en alguna cuesta que no estaba para esos trotes, se ahogaba…Decidimos que para nosotros el carril estaba impracticable y con sentido común descartamos la idea. Nos conformaríamos con ver los 3.475 m del potencialmente activo Barú desde sus pies nublados. Es el pico más elevado del país y dicen que desde su cima, los días muy despejados, pueden verse los dos océanos.

Cambiamos de planes y sin prisas, decidimos recorrer el valle con el coche y atravesar la zona donde viven los Ngöbe-buglé. Ante la necesidad de hacer frente a los conquistadores los Ngöbe y los buglé se unieron conformando una única etnia y constituyen hoy día una región con unos ciento cincuenta mil habitantes. De nuevo aparecen sus mujeres por la carretera coloreando la casi inexistente cuneta, los niños occidentalizados, las niñas con sus cuasi babis-camisones, hombres trabajando en los cultivos, recogiendo leña,… las sencillas casas de maderas de desgastados colores…

Atraviesa la carretera un bosque de pinos, pasamos por el Bajo Quiel, por los cafetales, …un hombre esculpiendo el gigantesco tronco de un árbol…Una última parada para apreciar las bonitas vistas del pueblo donde se ve con claridad el agujero donde está encajado y que le da nombre.

Aparcamos y nos fuimos a dar un paseo por la soleada y animada calle principal. Cuando a principios de siglo los emigrantes, alemanes, franceses, suizos, yugoslavos y americanos, se instalaron en Boquete, atraídos por el cultivo del café, se encargaron dejar su huella en el estilo arquitectónico de sus fincas y construcciones. Pero en el pueblo predominan casas bajas y sencillas, muchas en coloridas y viejas maderas quizás algo más cuidadas o pelín sofisticadas que las vistas en la zona Ngöbe. Numerosos colmados tradicionales, algunas tiendas para turistas, la peluquería, el supermercado, la plaza del pueblo, algunas oficinas de ecoturismo, algunos tenderetes de artesanías…

Paseando llegamos al río Caldera, que atraviesa el valle de las flores, su presencia lo llena todo, tornando aún más idílicos sus alrededores, salpicado de puentes, de mucho verde, niños jugando,…las montañas…
Decidimos comer de picnic para aprovechar más el día y buscamos alguna pista por donde asomarnos y perdernos. Comimos junto a unos órganos basálticos o columnas basálticas que allí conocen como Los Ladrillos. Son fruto de la última erupción del Barú, geológicamente muy reciente hace solo 500-550 años…andaban aún los conquistadores por aquellos lares.

Las nubes entraban oscureciendo el valle, una fina lluvia persistente nos obliga a refugiarnos en el coche. Recorremos la cómoda pista viendo los relucientes verdes, el ganado, una pequeña zona recreativa,…y como no escampaba decidimos ir a comernos unas ricas fresas que, además de las flores y el café, es otro de los productos típicos de Boquete.
Buscamos y en un rincón del pueblo, cerca de Los Naranjos, encontramos un par de sencillos bares especializados en fresas, elegimos el que está abierto. Nos sentamos en el agradable porche entre locales a disfrutar de la mucha tranquilidad del lugar.

Seguía lloviznando, recorrimos el pueblo y sus alrededores ahora bajo la fina cortina de agua y decidimos regresar al porche de nuestro agradable alojamiento desde donde era un auténtico lujo ver llover y escuchar el agradable arroyo correr. Descargamos fotos, charlamos con otros viajeros, una ducha rápida y volvemos al Daddy´s a cenar.

DÍA 6: BOQUETE – RAFTING

Nos levantamos tempranito y nos acordamos de coger nuestros pasaportes, hoy nos harían falta para hacer el rafting, ya que el tramo del río Chiriquí Viejo donde finaliza el descenso pertenece a Costa Rica.
Nos ponemos en marcha, teníamos localizada la oficina de White Water rafting con la que habíamos contratado la actividad. Desayunamos y esperamos en una especie de centro comercial donde se encontraba el local y donde aprovechamos para sacar dinero de un cajero.

En las mismas oficinas recogemos los materiales, nos montamos, los seis que formábamos el grupo, en una van y nos ponemos en marcha. El trayecto dura quizás una hora, carretera cómoda entre verdes paisajes. Al llegar a la zona donde iniciaríamos el rafting encontramos una obra descomunal de nuevo con espíritu español. Los guías nos explican que están construyendo una represa en el río y que saben que el caudal se verá muy afectado y casi seguro que no podrán seguir haciendo descensos.

En la fea orilla con vistas al movimiento de tierra nos dan unas básicas instrucciones en inglés que se resumen en: adelante, atrás y al centro…y ……”pa dentro” del río que nos vamos. No somos rafters ni mucho menos, somos simples guiris que probamos la experiencia en el río Toro, Costa Rica, nos gustó toda ella y decidimos repetir. No hace falta saber mucho porque en verdad todo el trabajo importante lo hace el guía y el río 😉 …los guiris contribuimos.

Es un río de categoría III, y pese a ser la estación seca llevaba bastante agua. La sensación de velocidad, de cabalgar sobre las espumas de las olas, las diferentes y verdes panorámicas desde el cauce, los monos y las aves que te acompañan por el recorrido, los rugidos del agua, las enormes piedras, los salientes, las lianas, las ramas, ….es divertido, refrescante, bonito, y lo recuerdo por entonces algo más económico que en la vecina CR.

Paramos a tomar el sencillo picnic que ellos improvisan en un plisplás en la orilla del río. Los guías nos cuentan que Chiriquí significa en Gnöbe, el valle de la Luna, nos hablan del futuro prometedor del país, del ecoturismo emergente en el distrito,…. y en media hora volvemos a ponernos en marcha para terminar el segundo tramo del descenso.

Cuando no van a bordo ni niños ni ancianos los guías suelen volcar la balsa en un tramo seguro del tropical río para que los guiris nos remojemos, no se si suele ser un clásico, un ritual, una gracieta…o un refresco. El río se va serenando y ensanchando, aparecen islotes que dan un nuevo aspecto al trayecto. Todo resulta diferente desde esa perspectiva…los puentes, el dosel, las lianas…te encoges a ratos engullido por el verde voraz…y fluyes.
En la orilla nos espera la misma van, y regresamos a Boquete comiendo unos lichis que el chófer había cogido mientras nos esperaba. Mostramos los pasaportes en la frontera, disfrutamos de los túneles vegetales, del camino… y llegamos al pueblo.

Regresamos al alojamiento para cambiarnos. Teníamos la intención de coger la cámara, dar una pequeña vuelta y luego buscar un sitio para cenar. Nos había gustado mucho la experiencia, pero cuando nos sentamos en el agradable porche nos dimos cuenta de lo cansados que estábamos, los brazos y hombros nos recordaban que habíamos hecho un rafting. Y además parecía que era la hora de la lluvia en Boquete…, suave y desganada, …hipnótica en aquel verde rinconcito. Olvidamos las fotos.

Desde mi banco vi a una viajera que conocí el día anterior. Una chica que paseaba por el mundo y que me contó aventuras y desventuras de sus largos paseos. Recordé que me estuvo contando que llevaba un tiempo en Panamá y que ganaba algún dinerillo dando masajes…….¿¿masajes??……mmmmmmmmm…una idea tan rápida como feliz cruzó mi cabeza… 😉

Me acerqué a ella y le pregunté, …tenía un precio super económico, me dijo que tenía uno pendiente y me citó. Cuando llegó mi turno me hizo subir a una amplia habitación donde te daba el masaje. Cuando me tumbé, me sentía afortunada, un río idílico y la lluvia sonaban como la mejor de las músicas zen…disfrutaba yo de esos momentos previos y de mi B.S.O…cuando de repente la muchacha comienza a darme el masaje en mi descuajaringada espalda….y comienza a ¿cantar?….aquello era como el canto de una sirena, mezclado con los cantos samis de Laponia, a ratos tribal, a ratos animal, ….a ratos sonidos extraños y difíciles de describir…aquella opereta rarita me había cortado mi momento zen…prefería el sonido de la lluvia y el arroyo, y justo cuando le iba a decir educadamente que se callara un poquito….la paseante mística me dice que está encantadísima porque hacía mucho tiempo que no le brotaba el canto dando un masaje…que para ella era muy especial….que le encantaba, reconfortaba,…y un montón más de “abas”…..y cuando me preguntó que si me molestaba solo fui capaz de decirle…que el que sonaba así como un pirubiru bajito era el que más molaba…en verdad el más inofensivo…no fui capaz de cortarle el rollo, pero al menos la nana de la sirena no desentonaba tanto como los joiks samis jejeje
Después de una hora de relajante masaje, lluvia, río y cantos marinos no me quedaron ni fuerzas ni ganas para salir a cenar, cenamos de picnic en el agradable alojamiento y dimos por acabado el día.


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